cristian camilo ortiz

Bogotá, la inconclusa


¿Cómo será Bogotá en el 2110? ¿Cómo era en 1810 y en 1910? ¿Cómo es en el 2010? Con toda probabilidad será en el 2110 la misma que ha sido en los últimos doscientos años: una ciudad inconclusa.

Inconclusa estaba en 1810 cuando se produjo la modesta algarada del 20 de julio. "Ciudad mefítica", la describió Antonio Nariño, por sus caños al aire libre, las calles sucias y desarregladas, escasas de árboles, la abundancia de mendigos, la gran miseria en que vivían los pobres (sumaban el sesenta por ciento de la población), la ausencia de medios de transporte y sin otra iluminación pública que la luz de la luna.

Inconclusa seguía en 1910, cuando se festejó con gran algarabía el primer centenario de la algarada de 1810. En esos cien años, el único esfuerzo notable para hacer una ciudad de verdad, una ciudad concluida, se efectuó en la administración de Higinio Cualla (1884-1898). Cualla tapó los caños, ensanchó las calles, levantó el Colón y el Municipal, proveyó un acueducto precario, una planta de teléfonos, un tranvía de mulas y un remedo de luz eléctrica; pero su brío no le alcanzó. Le faltaron los cinco para el peso.

Gracias a los hermanos Samper Brush, la ciudad gozó de luz eléctrica buena y abundante a partir de agosto de 1900. Sin embargo, en mayo del mismo año se había consumido en el incendio de Las Galerías la planta de los teléfonos, y la capital careció de ese servicio hasta 1906. Al celebrarse el Centenario, Bogotá, como Santafé en 1810, seguía llena de mendigos, de calles desarregladas, sin árboles, regadas de basuras y con un sesenta y cinco por ciento de la población sumida en la pobreza absoluta.

Hay que darles a la administración republicana y a las conservadoras que gobernaron la ciudad entre 1910 y 1930 el crédito de haber realizado obras importantes en materia de arquitectura, construcción de escuelas, colegios, universidades, parques y vías. Sin embargo, eran obras aisladas, realizadas para embellecer algunos sectores, mas no con el criterio urbanístico de progreso de conjunto, que jalara el desarrollo equilibrado y armónico de la ciudad.

Hubo en el siglo XX dos momentos en que Bogotá casi fue una ciudad completa, con todas las de la ley. El primero, en la República Liberal, entre 1930 y 1946, y sobre todo en las alcaldías de Luis Patiño Galvis, Jorge Soto del Corral, Jorge Eliécer Gaitán y Carlos Sanz de Santamaría. Y el segundo, durante el Frente Nacional, en los cinco años de la administración de Jorge Gaitán Cortés.

En la República Liberal se hizo un propósito de Estado proyectar a Bogotá como una gran urbe del siglo XX, ordenada, sin desigualdades sociales, sin pobreza. Lo hubieran logrado de no ser por la acción de los transportadores privados, que se habían propuesto convertir la capital en un negocio que les llenaría permanentemente los bolsillos, y de los urbanizadores que encontraron en la especulación con la tierra urbana fuente inagotable de beneficios propios. Lo denunció Carlos Martínez en los primeros números de su epónima revista 'Proa' (1949), al prevenir a las autoridades contra 'la voracidad de los urbanizadores'. Transportadores y urbanizadores se salieron con la suya. Bogotá es, desde hace setenta y cinco años, el feudo de esos gremios.

Jorge Gaitán Cortés, uno de los grandes urbanistas teóricos y prácticos del siglo pasado, asumió la administración de Bogotá con el criterio del desarrollo equilibrado. Se volcó sobre los barrios pobres de Bogotá y comenzó a dotarlos de los servicios de que carecían. Escuelas, acueducto, alcantarillado, energía eléctrica, gas, teléfonos públicos y domiciliarios, vías de acceso, zonas de recreación. En los cinco años de la alcaldía de Gaitán Cortés, cuatrocientos barrios marginados -más de un millón y medio de habitantes- dejaron de serlo y se incorporaron al ritmo de progreso de la ciudad. La tarea de Gaitán Cortés fue descontinuada por las siguientes administraciones.

Las grandes obras, vistosas y suntuosas, no ejercen ninguna incidencia en el progreso si no obedecen a un propósito de beneficio común y de desarrollo general, si están hechos solo con el afán de valorizar determinados terrenos de determinados propietarios, o de satisfacer la codicia de transportadores y urbanizadores. Mientras estas ambiciones persistan, mientras el 70 por ciento de la población siga consumida en la pobreza, y otro 15 por ciento más en la miseria, Bogotá seguirá siendo una ciudad inconclusa.

Igual quedaría esta columna si no agregara que pensar en cómo será Bogotá dentro de cien años es un simple ejercicio de masturbación mental. Pensemos en cómo es Bogotá hoy y cómo vamos a actuar los bogotanos (si es que nos interesa ser los actores de nuestro propio entorno) para borrar esos defectos que desde 1810 le han dado el carácter no envidiable de ciudad inconclusa. ¿Lograremos hacerlo para los quinientos años, que se cumplen en el 2038?

En ese intento loable, lo primero que no necesitamos es un alcalde que viva en la Luna, ni que piense engrupirnos con infantilismos por el estilo de "más pilas y menos polos". Quien aspire a suceder a Samuel Moreno tendrá que decir cosas serias y proponer programas convincentes. Los ciudadanos ya estamos hartos de eslóganes insulsos.

  • Digg
  • Del.icio.us
  • StumbleUpon
  • Reddit
  • RSS

0 comentarios:

Publicar un comentario